lunes, 2 de marzo de 2009

Payaso

No por el dinero, sólo por amor al arte,
el payaso puso fin a su actuación.
Ni aplausos ni risas eran los de antes;
todo había cambiado, también su traje y su voz.

El payaso cumplió, se despidió y corrió
sin la rapidez de antaño, para salir de escena.
Luego se encerró, solo, en el tocador
para despejar su rostro con agua sucia y crema.

No tardó en salir sin su maquillaje
y acudió al llamado del dueño del circo.
Ya juntos los dos, el jefe dijo con coraje:
“Buena presentación, tengo que decirlo,
pero ya sabemos que no eres el de antes;
ve a buscar tus cosas, quedas despedido;
te dará tu cheque la señora Carmen.
¡Suerte! ¡Que Dios ilumine tu destino!”

El payaso siguió las órdenes del hombre
y de forma humilde se despidió de todos.
Se alejó del circo en un bus enorme,
para que un mago joven ocupara su trono.

Llegando a su casa las lágrimas brotaron,
no podía ocultar que estaba destrozado.
Ahora debía esconderse para ser olvidado.
Cuarenta años de circo eran parte del pasado.

Se acabó la función junto con el verano
y las fotos de su hogar tenían sabor amargo:
Días llenos de risas, una familia feliz;
ilusiones fantasmales que dejaron de existir.
¿Qué le esperaría por el resto del año?
¿Todo se quebraría, como lámina de mármol?
Sólo el lo sabía, lo sabe y lo sabrá,
un día partió hacia el norte y no lo vimos más.

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