martes, 27 de julio de 2010

Del asfalto nace nuestra única lucha

¿Sabes? Creo que nosotros jamás brillamos, ni por ausencia ni por presencia, no fuimos luminarias esplendorosas como crees. Sobre las aceras sofocadas por multitudes grises, oh, nosotros. Tú y yo no fuimos más que piedras filosas en el lecho de asfalto, aunque quisimos ser sobresalientes amapolas. ¿Recuerdas a la dama con anillos de diamantes? Se quedó clavada en mi memoria, porque soy como ella.

Y a pesar de que tú, niña, y yo, nos sentimos perdidos en tantos lugares que visitamos y no encontramos paz en la ciudad, bien sabes que las multitudes grises también sufren, también buscan, también fueron niños y salieron a jugar. No te sientas tan única. Tal vez cada uno de esos hombres percudidos tenga un anhelo, tal vez cada uno de ellos tiene a una niña y sentimientos de amapola. Seguramente, sólo es cuestión de entender y escuchar, querer para que, en el trance de este terrible choque con la verdad, nos sintamos preciosos de nuevo; creamos que las piedras son tan lindas como la amapola, que todo se llena de amor propio, mientras olvidamos todas las atrocidades e injusticias que nos atormentan y no nos dejan ser felices. Estoy seguro de que no es tan estúpido como suena, quizás nacimos para ésto.

Ayer, ayer, ayer. Visité mi propio funeral. Estaba lleno de gente. No hay demasiadas amapolas como para llenar un funeral. Mi funeral estaba repleto. Tú también estabas ahí, y no eras más que un fragmento lloroso, y yo, yo llegué y me vi rodeado. No somos tan únicos, niña, no somos amapolas, somos pedazos de ciudad, flores silvestres y domesticadas buscando un jardín lejano. No está en esta ciudad, no sé si está en esta vida.