lunes, 31 de mayo de 2010

Crudo y rancio

Despertó en el sillón como a las 7 PM. Era una tarde feísima, con el cielo color ladrillo. Su lengua le sabía a azufre y sus ojos estaban nublados por el vapor viciado del salón. Miró por la ventana, palidecida por las cortinas, y sonrió, mostrando sus dientes casi anaranjados. Estaba hediondo y lagañoso, la nariz llena de mocos y la piel con sebo, también estaba mal afeitado… y bueno, todas las cosas malas que te puedas imaginar se posaban sobre su pobre humanidad, vestida con una sudadera debidamente sudada y pantalones rotos, tan rotos que parecían papel higiénico usado. Abrió el refrigerador y un panorama vacío se presentó ante él, pero había leche. Ésta era una caja de leche importada desde Bolivia, abierta hacía quién sabe cuánto tiempo. No se molestó en hacerla pasar por un vaso, la bebió como pudo, mientras miraba por la ventana, que tragaba una luz cada vez menos luminosa, más y más turbia por la caída del sol y el humo de las fábricas. Era feliz nuestro personaje viviendo así, sonreía a menudo con un aspecto terrible, y alimentaba con generosidad al pajarillo cautivo en la esquina del cuarto. De vez en cuando se asomaba a la ventana, impaciente, ansioso como un niño esperando un regalo. Se saboreaba los crecientes bigotes y sus ojos brillaban cuando volteaba a ver el colorido reloj de su madre. Cuando la leche se acabó, y ante su pericia por beber más, la vieja caja hizo un sonido desagradable, como el último gruñido de un cerdo cuando lo van a destazar. Dejó la caja retorcida entre la basura sobre la mesa de centro. De pronto, mientras miraba concienzudamente por la ventana, ante la tardanza de la cotidiana salida de su vecina a caminar, ocurrió algo extraño: Su vecina, llamada Blanca, salió, pero en lugar de caminar se quedó en posición de espera, en la acera frente a su casa. Ante la posibilidad de mirarla por más tiempo, el observador se maravilló de tal forma que, de pronto, no pareció tan repugnante como era, de pronto pareció una persona normal, un noble enamorado más estudiando a su doncella. Incluso pensó en salir y decirle que caminara junto a él esa tarde… pero no, tempranamente rompió la ilusión la llegada de un amigo de Blanca, un rubio que nunca había visto nuestro despreciable protagonista, y ¿Qué pasó? Claro, Blanca y el rubio se besaron, y salieron a caminar de la mano. Desencajado, el engendro no enloqueció ni se suicidó ni salió corriendo de su casa profesándole amor a Blanca. Simplemente, cogió una toalla sollozando y se fue a bañar.

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