viernes, 29 de mayo de 2009

Animal Nocturno

Esta era una noche muy joven. Era una fiesta en mi casa, estábamos bebiendo y fumando todo lo que estaba a nuestro alcance. Sentado junto a los demás, en un lugar aleatorio del piso, perdí mis esperanzas temporalmente, pero mi borrosa vista me permitió divisar una última botella de algún licor oscuro. Intenté levantarme para beber de ese brebaje, pero fui incapaz de mantenerme en pie; amargado y triste, quise dormir, pero ante mi sorpresa, fui testigo de un espectáculo magnífico: el licor oscuro de la botella se convirtió en un extraño ñandú multicolor, que salió del recipiente, me miró desafiante y huyó corriendo, dejando una cálida estela a su paso, que contenía todos los colores imaginables. Una fuerza maravillosa me permitió responder al reto del plumífero. Salí de mi casa y seguí su pista; el ñandú se movía con soltura sobre los tejados de las casas. Desde la calle, yo lo miraba y lo desafiaba a bajar y enfrentarme; sin embargo, el animal no hacía más que correr rumbo a la playa. De pronto pensé que cuando el ñandú llegara a la playa, sería presa fácil, así que guardé silencio y lo seguí con sigilo. Mis planes eran ciertos: el ñandú bajó de los tejados y pisaba ya la arena de la bahía. Cuando llegué al lugar, la bestia se mostraba tímida, ambivalente; sonreí y me lancé hacia él, sin embargo, el ñandú se lanzó al mar. En ese momento pensé que el ave me había vencido, pero el ñandú no tardó en desesperarse y debió volver rápidamente a la orilla. Así las cosas, no fue difícil propinarle las 45 estocadas que eran necesarias para matarlo. Busqué trozos de madera errantes en las cercanías y con ellos hice una inmensa fogata. Cocinaría al ñandú e iría a casa… Algo salió terriblemente mal.

Hoy he amanecido en una habitación de hospital, con una resaca insoportable; doctores y policías me han rodeado toda la mañana. Sólo un detective se ha acercado a mí, para decirme que estoy acusado de quemar mi propia casa (¿quién me acusaría por eso?) luego de intentar ahogar a una mujer en la bañera y actuar de forma agresiva y bipolar (¿frente a un grupo de borrachos?). Escuché atónito todos los “presuntos cargos” que me imputaba el detective. Cuando él me permitió hacerle un par de preguntas, sólo atiné a hacer preguntas sobre el color de los ñandúes, y sobre el estado de la playa de la ciudad. Él respondió tímidamente que no hay ñandúes ni playa en Santiago. No supe si reír o llorar.

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